viernes, 29 de noviembre de 2013

¡ Qué lindo es ser un escritor cartonero ! por Matías Cravero

Escribir es lanzar zarpazos en la oscuridad. Avanzar por terrenos inexplorados, inventar puentes donde sólo hay vacíos y despeñaderos. Escribir es apostar a la aventura de expandir los horizontes vitales, empujando los límites y lastres un poco más allá. El escritor crea nuevas realidades, lanzando al aire semillas de otros mundos posibles. Así entonces, es posible pensar que Proust y Kerouac reinventaron el día a día, dotando a la cotidianidad de nuevas y súper poderosas herramientas de reflexión y lirismo. Pero atención, escribir no es cosa de grandes y pequeños, de reconocidos e ignotos. Escribir es un fuego particular que atraviesa al individuo, un fuego que no sabe de jerarquías. Estas últimas, por supuesto que existen, pero son una estructuración posterior, una imposición de la industria editorial hegemónica, que es la que, casi siempre, decide quién será “grande” y “reconocido” y quién será un “ignoto” paria expulsado del parnaso. Ahora bien, fundamentalmente en esta época, de atroz ofensiva neoliberal a escala global, la industria editorial hegemónica está más elitista que nunca, más injusta y prejuiciosamente selectiva. Pero los pueblos son sabios, las multitudes no cesan en su labor creativa y de expansión democrática, por eso desde 2003, las cosas vienen cambiando. Todo este proceso de democratización del libro comenzó en Buenos Aires, como ya adelantamos, en 2003, cuando el poeta Cucurto y el artista plástico Javier Barilaro decidieron fundar Eloisa Cartonera. Esa fue la “piedra angular”, el punto de partida que generó el contagio positivo, la comunicación horizontal para que hoy existan editoriales cartoneras en toda América Latina, en España y en Francia. En un artículo periodístico de 2009, Tomás Eloy Martínez definía del siguiente modo a Eloisa Cartonera: “Eloísa Cartonera es una comunidad artística y social…La editorial nació como un recurso de la imaginación ante la crisis. El artista plástico Javier Barilaro y Washington Cucurto hacían poemarios ilustrados en cartulina, pero debieron interrumpir su trabajo de un día para otro cuando la devaluación de la moneda llevó a las nubes el precio del papel. La idea de la editorial lo iluminó a Cucurto en 2003, cuando los cartoneros eran ya inseparables del paisaje de Buenos Aires”. La escritora Fernanda Laguna consiguió un local en el barrio de Almagro, donde se inauguró la cartonería “No Hay Cuchillos sin Rosas”, y Cucurto pidió a varios autores la cesión solidaria de sus derechos para comenzar. "Buscamos material inédito u olvidado, pero también de vanguardia y de culto", dice. Uno de sus éxitos (casi mil ejemplares) fue el inédito Mil gotas, de César Aira, a pesar de las protestas de Victoria, una anciana cartonera que detestaba al autor. El propio Cucurto se ha convertido, también, en un autor de culto. Su nombre se repite en los congresos académicos de los Estados Unidos y al menos cinco estudiantes de doctorado escriben tesis sobre su obra. Es bien sabido que incluso hoy, en pleno 2013, y en nuestra región, la querida América del Sur, más allá de todos los logros sociales que están protagonizando los distintos gobiernos post-neoliberales, el libro tradicional, el libro que publican y distribuyen las grandes editoriales, sigue siendo un objeto de lujo, tanto por sus elevados precios de mercado como por los títulos y contenidos que se publican. Así pues, también en este presente de acelerados cambios, las editoriales cartoneras continúan siendo una opción clara para acercar la lectura a los sectores populares. Las ediciones cartoneras no sólo son muy baratas sino que presentan títulos y contenidos alternativos, rebeldes, originales, que difícilmente sean publicados por las grandes compañías editoriales. A nivel personal, durante el 2011 pude realizar el primer contacto con una editorial cartonera, la Camareta, de Guayaquil, Ecuador. Con ellos publiqué un libro de cuentos que, (una vez más se corrobora el efecto contagio como círculo virtuoso), repercutió en Santiago, Chile, lo que a su vez me abrió las puertas de la amistad de Olga Sotomayor Sánchez, alma máter de Olga Cartonera. Allí, en Santiago, acabo de publicar en este 2013, mi poemario Otras Balas. De esta manera he logrado dar a conocer textos que, por diversas razones, las editoriales hegemónicas, esas que sólo confían en los “éxitos seguros” nunca hubiesen aceptado publicar. Pero allí no acaba la cosa. Gracias a las editoriales cartoneras he podido también forjar lazos de camaradería con verdaderos guerreros de la cultura, con verdaderas luchadoras de las letras (y aquí Olga brilla con luz propia), que desde las bases, sin prebendas ni ventajas concedidas de antemano, apuestan por nuevas voces, por escritores y escritoras que tienen cosas por decir, que aportan otros colores y otros matices, en esta polifonía existencial.

1 comentario:

  1. Estupendo comentario con la experiencia del autor. Seguramente, ha de inspirar a otros para que se atrevan a debutar en este tipo de edición.

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